Una vez más me asomo a ver cómo
va mi blog y me doy cuenta de que llevo mucho tiempo sin actualizarlo. No sé lo
que me pasa últimamente, pero a pesar de que tengo muchas ganas de expresarme
al final siempre opto por dejarlo para otro momento que parece que nunca llega.
No es que me haya quedado sin nada que decir, al contrario, hay muchas cosas de
las que podría hablaros hoy, como que ya sólo me queda un año de carrera, de lo
feliz que me hace mi querida sobrina, que ya tiene tres meses… Yo creo que es algo
que nos pasa a todos los seres humanos demasiado a menudo, hay tantas cosas que
nos gustaría decir y, sin embargo, al final optamos por no decir nada.
Ayer mientras leía un artículo en
una publicación destinada al público femenino, sentí la necesidad de volver a
escribir para expresar mi opinión al respecto de lo que se narraba allí. El
artículo relataba un encuentro ficticio entre un grupo de amigas de cuarenta
años, para poner de relieve las diferencias de comportamiento y actitud de
estas amigas con el paso de los años. Para poneros en situación, con
veintitantos o treinta salían de marcha hasta altas horas de la madrugada,
bebían todo el alcohol que toleraban y por supuesto en una cena nadie se
privaba del postre. Sin embargo hoy en día, todas estaban muy atareadas y no
tenían tiempo para verse más que una vez al año, y las conversaciones giraban
en torno a lo malo que es el gluten, lo difícil que es decidirse entre una
clase de spinning y una de zumba, entre otras cosas “muy interesantes”. Algunas
de esas amigas ya estaban divorciadas, ¡pobres!, mientras que otras tenían que
hacer casi encaje de bolillos para poder conciliar trabajo y vida familiar. Y
vosotros en este momento estaréis pensando que ese artículo no tiene nada de
particular y que muchas de vosotras os sentís identificadas con él. Seguramente
os estaréis preguntando qué narices será lo que me impulsó a volver a escribir
leyendo algo “tan cotidiano”. La respuesta es muy simple, porque nada de lo que
decía ese artículo tiene nada que ver con mi vida.
Tengo cuarenta y un años y estoy
empezando el último año de mi carrera, sí ya sé que ya lo había dicho. Estoy
comprometida con una persona que me hace muy feliz y no tengo carencias
afectivas del tipo que describe el artículo; me siento muy apoyada y querida
por una persona que cree en mí y me anima a seguir adelante con un proyecto que
ya está más que encarrilado. En lugar de leer el último best seller me deleito
con autores tan sublimes como Ana María Matute o Luis Landero, entre otros.Yo
no tengo ningún tipo de intolerancia ni al gluten, ni a la lactosa ni a nada
que se le parezca. Es más, recuerdo que un médico en el hospital de Cabueñes me
dijo que su departamento estaba lleno de personas con problemas intestinales
serios precisamente por dejar de comer pan y derivados. No hay nada más placentero que desayunar unas rebanadas de
auténtico pan comprado en una panadería de las antiguas, que todavía las hay,
con una buena taza de café con leche. Disfruto de pequeñas cosas como los
paseos con mi chico por la playa de San Lorenzo, de mis estudios, de los libros
que tanto me hacen aprender…
Creo que las mujeres de cuarenta
años tenemos mucho camino por delante todavía, pero por suerte hemos aprendido
y ganado madurez, lo que nos permite discernir entre un artículo bueno y uno
malo, y él que yo leí ayer era malo y estaba lleno de tópicos.
Nos hacen creer que las mujeres estamos todas cortadas por el mismo patrón y
eso no es cierto, somos únicas y nuestras vidas también lo son, ¿no os parece?
Uno de esos placeres de los que disfruto a diario es la buena música, y hoy he decidido compartir con vosotros una de esas joyas musicales que nunca pasan de moda: Over the Rainbow, en la voz de Eva Cassidy, espero que os guste.